I
Las carnes se asan al raso, las salsas se componen
y el humillo sube de prisa por los caminos y alcanza al que marchaba.
Entonces el Senador de sucias mejillas sale
de un viejo sueño rayado de violencias, de astucias y estallido,
y adornado de sudores, hacia el olor de la carne
baja
como una mujer que arrastra: sus telas, toda su lencería y cabellos deshechos.
II
He amado un caballo --¿quién era?--; me ha mirado de frente bajo sus mechones
Sus ollares vivos eran dos cosas hermosas –con el hueco vivo que
se hincha sobre cada ojo.
Cuando corría, sudaba: ¡brillaba! --y he apretado lunas
en sus flancos bajo mis rodillas de niño...
He amado un caballo --¿quién era?-- y a veces (porque una bestia sabe mejor qué fuerzas nos alaban) levantaba a sus dioses una cabeza de bronce, surcada de un peciolo de venas.
III
LOS RITMOS DEL ORGULLO bajan de los montes rojos.
Las tortugas ruedan a los desfiladeros de astros oscuros.
Las radas suenan con muchas cabezas de niños...
Sé tú un hombre que ríe con los ojos tranquilos,
silencioso que ríe bajo el ala tranquila de la ceja,
perfección del vuelo (y desde el borde inmóvil de las pestañas vuelve a las cosas que ha visto, tomando los caminos de la mar fraudulenta...
Y desde el borde inmóvil de las pestañas
nos ha hecho más de una promesa de islas,
como aquél que dice a uno más joven: “Tú veras”.
Y es él quien trata con el dueño del navío).
IV
¡AZUL! ¡Nuestras monturas estallan con un grito!
Me despierto, pensando en el fruto negro de la Aniba1 en su cúpula verrugosa y trunca...
¡Bien! Los cangrejos devoraron todo un árbol de frutos blandos.
Otro está lleno de cicatrices, se abrían las flores,
suculentas, en el tronco. Y otro más, no se le puede tocar con la mano
como se llamaría a un testigo, sin que lluevan esas moscas, ¡colores!...
Las hormigas corren en dos sentidos. Unas mujeres ríen solas
en los abutilones2, esas flores amarillas-manchadas-de-negro-púrpura-en-el-cáliz
que se usa contra la diarrea de los chivos. Y el sexo huele bien. El sudor abre un camino fresco. Un hombre solo pondría su nariz en el pliegue de su brazo.
Estas orillas se hinchan, crujen bajo capas de insectos de nupcias absurdas.
El remo ha resonado en la mano del remero. Un perro vivo en la punta de un garfio es la mejor carnada para el tiburón...
Me despierto pensando en el fruto negro de la Aniba; en paquetes de flores bajo la axila de las hojas.
V
PERO ESTAS AGUAS tranquilas son de leche
y todas las cosas que se abren a las blandas soledades de la mañana.
El puente lavado, antes del día, con un agua igual en sueño a la mezcla del alba, hace una hermosa relación del cielo. Y la infancia adorable del día, por la trenza de las tiendas enrolladas, hace bajar al mismo tiempo mi canción.
Infancia, amor mío, ¿sólo era aquello?...
Infancia, amor mío... ese doble anillo del ojo y el sosiego de amar.
Tanta calma y después tan tibio,
tan continuo también,
que parece extraño estar allá, con las manos hundidas en la facilidad del día...
¡Infancia, amor mío! Nada más que ceder... ¿Lo he dicho, entonces?
Yo ni aun quiero remover esas ropas blancas, en lo incurable,
en las soledades verdes de la mañana. ¿Lo he dicho, entonces?
Nada más que servir como una vieja cuerda... Y el corazón,
¡el corazón! Que se arrastre por los viejos puentes, más humilde y más salvaje y más, que un viejo látigo,
extenuado....
VI
Y OTROS SUBEN, a su vez, al puente y yo pido, de nuevo, que no suelten la vela,
pero esta linterna, bien pueden apagarla...
¡Infancia, amor mío! Es la mañana, son las cosas dulces que suplican,
como el odio de cantar,
dulces como la vergüenza, que tiembla en los labios, cosas dichas de perfil,
ah dulces, y que suplican, como la voz del macho si consciente en plegar
su alma ronca hacia el que pliega...
Y ahora pregunte, ¿no es la mañana... un sosiego del soplo
y la infancia agresiva del día, dulce como el canto que estira los ojos?
VII
UN POCO DE CIELO nos azulea en la pendiente de las uñas. El día será caliente donde engorda el fuego. He aquí cómo será: una granizada en las grutas escarlatas, el abismo pisoteado por los búfalos de la alegría (en alegría que sólo se explica por la luz).
Y el enfermo, en el mar, dirá que detengan el barco para que puedan auscultarlo.
Y gran descanso para todos los de atrás, las acometidas del silencio que nos refluye a la frente... Un pájaro que nos seguía, su vuelo lo lleva por encima de las cabezas, evita el mástil, pasa, enseñando sus patas rosa de paloma, salvaje como Cambises y dulce como Asuero.
Y el más joven de los viajeros, sentándose al sesgo lizo:
“Quisiera hablar de los manantiales bajo el mar...” (le piden que cuente).
Pero el barco es una sombra verdeazul; apacible, clarividente,
invadida de glucosas
donde pastan
en bandas suaves ondulantes
esos peces que se ven como el tema a lo largo de un canto.
...Y yo, lleno de salud, veo esto, voy junto al enfermo y se lo digo:
y he aquí que me odia.
VIII
¡PARA EL NEGOCIANTE el portal frente al mar, y el techo al que compone almanaques...!
¡Mas para otro el velero con el fondo de las salas llenas de vino negro, y este olor! Y este olor
ávido de madera muerta, que hace pensar en las manchas del Sol,
en los astrónomos, en la muerte...
Este es nuestro navío, y mi infancia no se acaba...
He visto muchos peces y he aprendido sus nombres. He visto
muchas otras cosas que sólo en alta mar pueden verse; y otros
que se han muerto; y otras fingidas...
Y ni los pavos de Salomón, ni la flor pintada en el tahalí de Ras,
ni el ocelote alimentado con carne humana, ante los dioses
de cobre, por Moctezuma,
sobrepasan en colores,
a ese pez espinoso izado a bordo para divertir a mi madre que es joven y bosteza.
...árboles que se corrompían en el fondo de las calas de vino negro.
IX
...¡ACABAD! Si aún hablan
de terror, déjenme decirlo,
me lanzaré ante vuestros ojos.
La vela dice una palabra seca, y cae de nuevo. ¿Qué hacer?
El perro se tira al agua y da la vuelta al Arco.
¡Ceder! Como la escota.
...Suelten la chalupa
o no lo hagan, o decidan si quieren
que me bañe... Me es igual.
...Todo lo íntimo del agua se vuelve a pensar de nuevo en los países de la tela. Vamos. Se organiza allá una hermosa historia --¡Oh espadas
del silencio estirado a su largo!
Y yo que os hablaba, no conozco nada, ni tan fuerte, ni tan desnudo como al través del barco, ciliada de rizos y rodeándonos, nuestro límite, la irritable vela mayor color de sesos.
...¡Actos, fiestas de la frente, y fiestas de la nuca!...
¡y esos clamores, eso silencios! Y esas noticias en viaje y esos mensajes por mareas, ¡ah libaciones del día!... y la presencia de la vela,
gran alma entristecida, la vela extraña y que se revela calurosa,
como la presencia de una mejilla...
¡Oh calores!... En verdad habito la garganta de un dios.
X
PARA DESEMBARCAR bueyes y mulos,
tiran al agua, por la borda, esos dioses bañados de oro y frotados con resina.
¡El agua los alaba! ¡Salta!
Y nosotros esperamos en el muelle, con trozos de madera levantado a manera de antorchas; y tenemos la mirada fija en la estrella de esas frentes –está allí todo un pueblo desnudo, vestido con su esplendor, y sobrio.
Las carnes se asan al raso, las salsas se componen
y el humillo sube de prisa por los caminos y alcanza al que marchaba.
Entonces el Senador de sucias mejillas sale
de un viejo sueño rayado de violencias, de astucias y estallido,
y adornado de sudores, hacia el olor de la carne
baja
como una mujer que arrastra: sus telas, toda su lencería y cabellos deshechos.
II
He amado un caballo --¿quién era?--; me ha mirado de frente bajo sus mechones
Sus ollares vivos eran dos cosas hermosas –con el hueco vivo que
se hincha sobre cada ojo.
Cuando corría, sudaba: ¡brillaba! --y he apretado lunas
en sus flancos bajo mis rodillas de niño...
He amado un caballo --¿quién era?-- y a veces (porque una bestia sabe mejor qué fuerzas nos alaban) levantaba a sus dioses una cabeza de bronce, surcada de un peciolo de venas.
III
LOS RITMOS DEL ORGULLO bajan de los montes rojos.
Las tortugas ruedan a los desfiladeros de astros oscuros.
Las radas suenan con muchas cabezas de niños...
Sé tú un hombre que ríe con los ojos tranquilos,
silencioso que ríe bajo el ala tranquila de la ceja,
perfección del vuelo (y desde el borde inmóvil de las pestañas vuelve a las cosas que ha visto, tomando los caminos de la mar fraudulenta...
Y desde el borde inmóvil de las pestañas
nos ha hecho más de una promesa de islas,
como aquél que dice a uno más joven: “Tú veras”.
Y es él quien trata con el dueño del navío).
IV
¡AZUL! ¡Nuestras monturas estallan con un grito!
Me despierto, pensando en el fruto negro de la Aniba1 en su cúpula verrugosa y trunca...
¡Bien! Los cangrejos devoraron todo un árbol de frutos blandos.
Otro está lleno de cicatrices, se abrían las flores,
suculentas, en el tronco. Y otro más, no se le puede tocar con la mano
como se llamaría a un testigo, sin que lluevan esas moscas, ¡colores!...
Las hormigas corren en dos sentidos. Unas mujeres ríen solas
en los abutilones2, esas flores amarillas-manchadas-de-negro-púrpura-en-el-cáliz
que se usa contra la diarrea de los chivos. Y el sexo huele bien. El sudor abre un camino fresco. Un hombre solo pondría su nariz en el pliegue de su brazo.
Estas orillas se hinchan, crujen bajo capas de insectos de nupcias absurdas.
El remo ha resonado en la mano del remero. Un perro vivo en la punta de un garfio es la mejor carnada para el tiburón...
Me despierto pensando en el fruto negro de la Aniba; en paquetes de flores bajo la axila de las hojas.
V
PERO ESTAS AGUAS tranquilas son de leche
y todas las cosas que se abren a las blandas soledades de la mañana.
El puente lavado, antes del día, con un agua igual en sueño a la mezcla del alba, hace una hermosa relación del cielo. Y la infancia adorable del día, por la trenza de las tiendas enrolladas, hace bajar al mismo tiempo mi canción.
Infancia, amor mío, ¿sólo era aquello?...
Infancia, amor mío... ese doble anillo del ojo y el sosiego de amar.
Tanta calma y después tan tibio,
tan continuo también,
que parece extraño estar allá, con las manos hundidas en la facilidad del día...
¡Infancia, amor mío! Nada más que ceder... ¿Lo he dicho, entonces?
Yo ni aun quiero remover esas ropas blancas, en lo incurable,
en las soledades verdes de la mañana. ¿Lo he dicho, entonces?
Nada más que servir como una vieja cuerda... Y el corazón,
¡el corazón! Que se arrastre por los viejos puentes, más humilde y más salvaje y más, que un viejo látigo,
extenuado....
VI
Y OTROS SUBEN, a su vez, al puente y yo pido, de nuevo, que no suelten la vela,
pero esta linterna, bien pueden apagarla...
¡Infancia, amor mío! Es la mañana, son las cosas dulces que suplican,
como el odio de cantar,
dulces como la vergüenza, que tiembla en los labios, cosas dichas de perfil,
ah dulces, y que suplican, como la voz del macho si consciente en plegar
su alma ronca hacia el que pliega...
Y ahora pregunte, ¿no es la mañana... un sosiego del soplo
y la infancia agresiva del día, dulce como el canto que estira los ojos?
VII
UN POCO DE CIELO nos azulea en la pendiente de las uñas. El día será caliente donde engorda el fuego. He aquí cómo será: una granizada en las grutas escarlatas, el abismo pisoteado por los búfalos de la alegría (en alegría que sólo se explica por la luz).
Y el enfermo, en el mar, dirá que detengan el barco para que puedan auscultarlo.
Y gran descanso para todos los de atrás, las acometidas del silencio que nos refluye a la frente... Un pájaro que nos seguía, su vuelo lo lleva por encima de las cabezas, evita el mástil, pasa, enseñando sus patas rosa de paloma, salvaje como Cambises y dulce como Asuero.
Y el más joven de los viajeros, sentándose al sesgo lizo:
“Quisiera hablar de los manantiales bajo el mar...” (le piden que cuente).
Pero el barco es una sombra verdeazul; apacible, clarividente,
invadida de glucosas
donde pastan
en bandas suaves ondulantes
esos peces que se ven como el tema a lo largo de un canto.
...Y yo, lleno de salud, veo esto, voy junto al enfermo y se lo digo:
y he aquí que me odia.
VIII
¡PARA EL NEGOCIANTE el portal frente al mar, y el techo al que compone almanaques...!
¡Mas para otro el velero con el fondo de las salas llenas de vino negro, y este olor! Y este olor
ávido de madera muerta, que hace pensar en las manchas del Sol,
en los astrónomos, en la muerte...
Este es nuestro navío, y mi infancia no se acaba...
He visto muchos peces y he aprendido sus nombres. He visto
muchas otras cosas que sólo en alta mar pueden verse; y otros
que se han muerto; y otras fingidas...
Y ni los pavos de Salomón, ni la flor pintada en el tahalí de Ras,
ni el ocelote alimentado con carne humana, ante los dioses
de cobre, por Moctezuma,
sobrepasan en colores,
a ese pez espinoso izado a bordo para divertir a mi madre que es joven y bosteza.
...árboles que se corrompían en el fondo de las calas de vino negro.
IX
...¡ACABAD! Si aún hablan
de terror, déjenme decirlo,
me lanzaré ante vuestros ojos.
La vela dice una palabra seca, y cae de nuevo. ¿Qué hacer?
El perro se tira al agua y da la vuelta al Arco.
¡Ceder! Como la escota.
...Suelten la chalupa
o no lo hagan, o decidan si quieren
que me bañe... Me es igual.
...Todo lo íntimo del agua se vuelve a pensar de nuevo en los países de la tela. Vamos. Se organiza allá una hermosa historia --¡Oh espadas
del silencio estirado a su largo!
Y yo que os hablaba, no conozco nada, ni tan fuerte, ni tan desnudo como al través del barco, ciliada de rizos y rodeándonos, nuestro límite, la irritable vela mayor color de sesos.
...¡Actos, fiestas de la frente, y fiestas de la nuca!...
¡y esos clamores, eso silencios! Y esas noticias en viaje y esos mensajes por mareas, ¡ah libaciones del día!... y la presencia de la vela,
gran alma entristecida, la vela extraña y que se revela calurosa,
como la presencia de una mejilla...
¡Oh calores!... En verdad habito la garganta de un dios.
X
PARA DESEMBARCAR bueyes y mulos,
tiran al agua, por la borda, esos dioses bañados de oro y frotados con resina.
¡El agua los alaba! ¡Salta!
Y nosotros esperamos en el muelle, con trozos de madera levantado a manera de antorchas; y tenemos la mirada fija en la estrella de esas frentes –está allí todo un pueblo desnudo, vestido con su esplendor, y sobrio.
XI
COMO MAREAS DE FONDO
se sacan en las tiendas grandes hojas blandas de metal:
áridas, temblorosas y que vierten, captada, toda
una vertiente del cielo.
Para ver, ponerse en la sombra. Si no, nada.
Ciudad amarilla de rencor. El sol precipita en las dársenas
una querella de truenos. Un bajel de frituras corre al final de la calle tortuosa, que el otro lado, curvándose, se amansa entre el polvo de las tumbas.
(Porque es el Cementerio, allá, quien tan alto domina, con flanco de piedra pómez: heredado por cámaras, plantado de árboles que son como espaldas de corsario.)
XII
TENEMOS claro, cal.
Veo brillar los fuegos de un campamento de Soldados.
Los muertos del cataclismo, como bestias desplumadas, en cajas de zinc llevadas por los Notables, que vuelven de la Alcaldía por la calle mayor inundada de agua verde (¡oh pendones estampados como por lemas de oruga, y una infancia negra colgada a glandes de oro!),
están en un montón, por un momento, en la plaza cubierta
del Mercado:
allí de pie,
y vivo,
un negro cuyo pelo es lana de carnero negro
crece como un profeta que va a gritar en una concha
a pesar de que el cielo cargado anuncia para esta noche otro temblor de tierra.
XIII
LA CABEZA DE pez ríe
entre las ubres del gato aplastado que se hincha --¿verde
o malva?--. El pelo color de escama, es miserable, pegajoso,
como el mechón de una niñita vieja huesuda,
chupa con manos blancas de lepra.
La perra rosada, arrastra carnosidades de mamas, ahí frente al pobre.
Y la vendedora de bombones,
pelea
con las avispas cuyo vuelo es igual a los mordiscos del día
en la espalda del mar. Un niño ve esto
tan hermoso
que ya no puede cerrar sus dedos. Pero el coco que ya
se ha bebido y tirado, cabeza ciega que clama
separada de los hombros,
desvía de la cuneta
el esplendor de las aguas púrpuras enchapadas de grasas y de orines,
donde el jabón teje como tela de araña.
...
En la calzada de cornalina, una muchacha vestida come un rey de Lidia.
XIV
SILENCIOSAMENTE va a la savia y desemboca en las finas orillas de la hoja.
Hay un cielo de paja donde lanzar, ¡oh lanzar! Con la fuerza del brazo, la antorcha!
Ya yo he quitado mis pies,
mis amigos que no conozco ¿dónde estáis...?
¿No veréis también esto...? abras crepitantes,
Oh es la hora
donde en las ciudades asfixiantes, al fondo de los patios pegajosos
bajo parras heladas, el agua corre a las cerradas cisternas
velada
por las rosas verdes del medio día... y el agua desnuda
es igual que la pulpa de un sueño, y el Soñador está acostado allí, fijo en el techo
su ojo de oro que guerrea...
Y el niño que vuelve de la escuela de los Padres, flanqueando afectuoso El afecto de los muros que huelen a pan fresco, ve al final de la calle Al doblar, el mar desierto más ruidoso que un pregón de pescado.
Y los barriles de azúcar destilan, en los muelles de marcasita pintados,
con grandes ramajes, petróleo,
y negros que cargan bestias descueradas se arrodillan en las losas
de las Carnicerías Modelo, descargando una carga de huesos y fatiga, y en la glorieta del Mercado de bronce, alta vivienda airada donde cuelgan los peces y se oye cantar en su hoja de hierro, un hombre lampiño, vestido de algodón amarillo, grita ¡yo soy
Dios! Y otros: ¡está loco!
Y otro poseído el deseo de matarse se ponen en marcha
hacia el Acueducto con tres bolas de veneno: rosa, verde, índigo.
Ya yo he quitado mis pies.
XV
INFANCIA, AMOR MÍO, también amé la noche:
es la hora de salir.
Ya nuestras criadas han vuelto a las corolas de sus vestidos...
Y pegados a las persianas, bajo las parras heladas, hemos visto cómo lisas, cómo desnudas, ellas suspenden por encima de sus brazos
el blando anillo del vestido.
Nuestras madres van a bajar, perfumadas con yerba de Madame Lalie...
Sus cuellos hermosos. Ve delante y anuncia:
¡mi madre es la más bella!
Ya oigo
las telas almidonadas
que se arrastran en las alcobas un dulce sonido de trueno...
¡Y la casa! ¿La Casa?... ¡salimos!
(...)n el anciano me envidiaría una pareja de matracas y murmurar con las manos como un tallo de frijol, la guilandina3 o la mucuna4.
Los viejos del país sacan al patio una silla, beben ponches color de pua.
XVI
LOS QUE YA son viejos en el lugar se levantan
más temprano a empujar el postigo y mirar al cielo, el mar que cambia de color
y las islas, diciendo:
el día será bueno a juzgar por el alba.
¡De pronto es de día! Y las planchas de los techos se encienden en la inquietud, y la rada es entregada al disgusto, y el cielo a su inspiración y el Contador se lanza a la ciudad!
¡El mar, entre las islas, rosa de lujuria; su placer se presta a discusión, uno lo obtiene por un lote de brazaletes de cobre!
¡Muchachos corriendo por la orilla! ¡caballos corriendo por la orilla!
...un millón de muchachos con sus pestañas como umbelas
...y el nadador
tiene una pierna en agua tibia mas la otra pesa en una corriente fresca, y las gonfrenas5, los ramiés6, la acalifa7 de flores verdes y esas pileas cespitosas8 que forman las barbas de los viejos muros se enredan en los techos, en los rebordes de las canales,
porque un viento, el más fresco del año, se levanta,
de las cuencas de islas que azulean,
y desplegándose hasta los cayos bajo, nuestras casas,
corre el seno del anciano
por el abra de tela hasta el lugar lleno de crin
entre los dos pechos.
Y está entablado el día, no es tan viejo
el mundo que de pronto no ría...
. . .
Es ahora que el olor del café sube la escalera.
XVII
“CUANDO acaben de peinarme, acabaré de odiarlos.”
El niño quiere que lo peinen en la puerta.
“No me halen tanto el pelo. Que me toquen ya es mucho.
Cuando acaben de peinarme acabaré de odiarlos.”
Sin embargo la prudencia del día toma la forma
de un bello árbol
y el árbol mecido
que pierde un polvo de pájaros
en las lagunas del cielo, escama de un verde tan hermoso
que sólo la chinche de agua es más verde.
“No me halen tanto el pelo...”
XVIII
AHORA DEJENME, voy solo.
Saldré, tengo qué hacer: un insecto me espera
para hablar. Me alegro
del gran ojo facetado: anguloso, imprevisto,
como el fruto del ciprés.
O bien tengo un pacto con las piedras de venas azules:
y ustedes me dejan igual,
sentado, en la amistad de mis rodillas.
Copyright © Saint John-Perse, 1908
NOTAS del traductor
1No parece existir un nombre específicamente cubano para esta fruta (por otra parte, una referencia erótica de autor). Por la descripción, podría tratarse de la Annona Purpurea (Mec. & Sessé) vulg. Cub. “Cabeza de negro”; o de la Flacourtia Cataphracta Rexb., vulg. Cub. “Ciruela Gobernadora”.
2Género de las malváceas. En Cuba crecen el Abutilón, Abutilón España, Malva
Peluda, Yute de China, Botón de Oro y Escoba Cimarrona.
3Gymnocladium, género de las bromeliáceas. En Cuba: Curujey.
4Leguminosa. Las mucuras son hierbas o arbusto trepadores, de flores púrpuras o verdosas. En Cuba crecen: Frijol de Terciopelo (Mucura Deoringia), Pica-Pica, Bejuco Jairey.
5Amarantáceas. Hay cercanas variedades cubanas: Amaranto, Moco de Pavo, Collarete, Guairo Santo, Guayo Blanco, Palo Guitarra, Roble Amarillo.
6Urticácea (Behemeria Nivea), conocida por Ramié o Rami.
7Deuferbiácea. Conocida en Cuba por Acálifa o Califa. También existen el Rabo de Gato, Acálifa Japonesa, Manto de Candela.
8En Cuba no existe esa variedad. En cambio, crecen: Piela Depresa (Yerba de Tejado), Pilea Glomerata (Parietaria), Pilca Muscuso, Pilea Nummulauriefolia, Pilea Rotundifelia (Lengua de las Mujeres), Pilea Serpyllifelia (Jorobandí).
SOBRE EL TEXTO
“Eloges” forma parte de un libro homónimo, integrado por “Pour meter une enfance”, “Eleges” y “Images a Crusoé”.
Fue publicado por primera vez en forma independiente en La Nouvelle Revue Francaise, junio 1910 (había sido escrito dos años antes), firmado por Saint Léger Léger. El libro completo fue publicado por las Editions de la Nouvelle Revue Francaise, Marcel Riviera, Paris 1911.
En español existen las siguientes traducciones:
“Elogios”. Traducción de Ricardo Güiraldes. En “Pera”. Buenos Aires, 1914.
“Elogios y otros poemas de Saint John-Perse”, versión castellana de Jorge Zalamea. México, B. Costa-Amie, 1946.
BIBLIOGRAFÍA
OEUVRE POETIQUE, Saint John-Perse. T. 1. Gallimard, Paris, 1961.
ELOGES AND OTHER POEMS, by St. John-Perse, the French text with English translation by Louise Varese and introduction by Archibald McLeish, New York, W.W. Norton & Co., 1944.
DICIONARIO BOTÁNICO DE NOMBRES VULGARES CUBANOS. Dr. Juan Tomás Roig y Mesa. Habana, 1953.
Copyright Traducción © Antonio Desquirón, Santiago de Cuba, marzo 1976.
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