domingo, 30 de noviembre de 2008

Moleskine (6)

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I HAVE A DREAM

 

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 Muchas veces, echando la vista atrás, con más exactitud la vista interior, he dicho que no he tenido sueños. 

Durante los '60 y creo que más exactamente la primera mitad de los '70, mantuve una recia disciplina al poner mi cabeza sobre la almohada y disponerme a dormir.  En mi mesilla tenía un viejo aparato de radio, de plástico negro, que encendía y lo dejaba encendido toda la noche, todas las noches.  Naturalmente no escuchaba Radio Reloj ni un discurso de Fidel, cosa que nunca me di el lujo de oír. O bien la WQAM o la WGBS, que en Camagüey se podían escuchar mejor que Radio Cadena Agramonte, me acompañaban, muy bajito, muy bajito, hasta la mañana siguiente.  La otra parte de "la disciplina" consistía en forzarme a imaginar que vivía en Estados Unidos y, por supuesto, no en Miami, ciudad a la que en teoría odiaba por su cualidad de ghetto.  Yo vivía como por California.  Algunas veces en New York.  Pero la verdad era que aquella disciplina continuamente se desviaba y se concentraba en verme a mí mismo como desde una cámara en suspensión, bajando (o subiendo, sabrá Dios) por una interestatal desde Pasadena a San Diego, conduciendo yo un pequeño coche descapotable y totalmente hecho polvo, llorando, sollozando, moqueando, porque había roto con un gran amor o, más exactamente, el gran amor me había abandonado a mí, lo cual me convertía en una especie de perro apaleado al volante, destruido, deshecho, pero siempre en busca de una nueva vida.  (Tal vez el quid del sueño como tal era esto último.)

Como nunca he estado en Pasadena ni en San Diego no sé por qué misteriosa obsesión se me aparecían siempre como puntos de partida y llegada.  Quizás algún día vaya por allí y solucione la ecuación.  En realidad, esto era un secreto tal que es la primera vez que lo hago público.  Sentía una tremenda vergüenza, ahora me da lo mismo.  La parte que nunca abandoné fue la de dormirme con música (norteamericana, por supuesto; cubana, ni muerto), costumbre que practico todavía de vez en cuando.

Pero yo creo que eso no es lo que tanta gente llama "tener un sueño", "mi sueño es...", "de niño, yo soñaba con...", "de joven, yo soñaba con..." o "mis sueños de juventud".  O "luchar por tus sueños", frase que ya me suena más cercana a lo político y lo ideológico --"Ietattura per tuo cuore!" y apunto con los dedos índice y meñique como una donna siciliana--.

Las cosas cambian, quizás, y ahora, al cabo del tiempo, sueño con algo muy concreto: ganarme una lotería lo suficientemente gorda como para no importarme perder dinero creando una editorial en la que pueda publicar a quien se me ocurra sin que los poetas y creadores (que viene de "crear" y no de "creer") tengan que abonar ese eufemístico y oneroso impuesto editorial (o choricero, da igual) llamado "financiación".

 

(C) 2008 David Lago González

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sábado, 29 de noviembre de 2008

Quotes -- QP

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Wonder Woman for President

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Un local es un lugar lleno de locas, pero un "¿qué tal?" es un lugar lleno de quetas.

 

Queta Pando

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jueves, 27 de noviembre de 2008

READER DIGEST’S SELECTIONS - Mi personaje inolvidable (2)

 

El Capitán Fidel Pérez.

El Capitán Fidel Pérez fue asignado como director de la Empresa de Construcción de Presas con el objetivo de sustituir al jefe anterior, de apellido Contreras y también castrense, y posiblemente con el encargo de investigar, controlar y eliminar la corruptela existente entre los altos cargos, de forma que durante cierto tiempo tuvimos una cierta saturación de mandos.

Esto debe haber sucedido alrededor del año 1975. Por entonces yo había sido designado pomposamente como Jefe de Planificación de Proyectos de la Construcción, jefatura por la cual no cobraba absolutamente nada pues éstas se consideraban como motivo de honor para el elegido (que, en este caso, era yo). Había sustituido a un señor entrañable, de apellido San Gabino, que había sido alcalde de Sibanicú (creo recordar) y del que aprendí a trabajar con una meticulosidad de orfebre, imitando a mano los caracteres tipográficos Underwood y repitiendo informes que casi eran una obra de arte. La realidad, pura y dura, es que yo no planificaba ni proyectaba nada en lo absoluto (de hecho, la gestión era piramidal, como toda la estructura empresarial comunista), y me limitaba a anotar estadísticamente el desarrollo de distintas obras, ajustar los gastos desorbitantes a algo parecido a una programación cada cierto tiempo, bajo indicación directa del ingeniero de obras; realizar informes semanales, quincenales y mensuales que absolutamente nadie veía ni tomaba en cuenta pues todos los interesados participaban activamente en la mentira y se aprovechaban de ella; y, finalmente, cada cierre de mes viajar a la sede nacional en La Habana llevando en mano aquellos valiosos datos para evitar que el enemigo —ese imperialismo yanqui escondido detrás de cualquier antifaz imaginado— no se hiciera con aquellas cifras secretas. Esto último era la mejor parte del trabajo, ya que me permitía pasar un fin de semana con amigos y familiares, hospedarme en el Hotel Colina (máxima aspiración para un dirigente administrativo de tan poca relevancia), saborear la crema de queso del restaurante El Conejito y tomar un paseo por el lado salvaje de la vida de los bares patibularios del puerto —sí, cada cual tiene su droga, su Alice in Wonderland.

Pero llegó “nuestro hombre en Camagüey” y las cosas cambiaron. Creo que por una simple identificación natural, el capitán Fidel Pérez y yo compaginamos como dos gotas de agua. Mi trabajo comenzó a ser tomado en cuenta, incluso en mayor consideración que las justificaciones del ingeniero y demás mandos, y sin darme cuenta fui convirtiéndome en su hombre de confianza. No podía imaginar entonces los serios problemas que aquella deferencia me traería posteriormente. Intrigado por la empatía, una tarde me colé en el departamento de personal, husmeé en su expediente laboral y me llamó la atención comprobar que era egresado de la Escuela de San Alejandro. ¿Qué hacía este hombre entre palurdos militares?

Es bueno sentirse útil y así comenzó para mí una fructífera y satisfactoria etapa laboral en la que sentía que trabajaba por algo. Indiscutiblemente, al mismo tiempo iba acumulando toda una miasma ponzoñosa alrededor mío. Pero yo era feliz trabajando muchas veces hasta las once de la noche y sábados porque mis números servían para controlar el desvío de camiones de áridos, de toneladas de cemento y materiales de construcción, madera para el encofrado y cementeras y concreteras que se utilizaban en la construcción ilegal de viviendas particulares.

Por su parte, el capitán Pérez continuaba con su investigación. La camarilla que había sido causa de su entrada en la empresa estaba formada por el director, un militar —ya dije— de apellido Contreras, déspota y prepotente, que no se dignaba saludar a ninguno de los trabajadores y usaba un sombrero Stetson y los bajos de los pantalones metidos en sus botas, algunas veces botas de campaña, altas, que llegaban casi a las rodillas, reciamente enlazadas (las que iban a media pantorrilla por lo general mostraban sus lazos no abrochados del todo —que la empleomanía lectora recuerde que fue una “imagen” de dirigente típico altamente repetida por esa época). Por supuesto, qué es un hombre de este tipo sin una pistola: la suya colgaba siempre con cierta desgana del cinturón a la altura de la cadera. Otro miembro despreciable de aquella camarilla que puedo recordar era un tal Enriquito que vivía en mi barrio y había cumplido prisión por intento de salida ilegal del país. Como en aquel tiempo no se llevaba lo del periodismo independiente, decidió todo lo contrario y logró hacerse con la jefatura de Abastecimiento, cargo clave y poderoso. Había otros cuantos más, pero recuerdo con sumo desagrado y prácticamente con asco a un ser creo que llamado Héctor, cuya función imagino que era la de informar a todos los niveles y tenía la facultad de sobrevivir a todas las camarillas y defenestraciones. El director de la sede provincial a la que pertenecía la empresa era conocido familiarmente por el diminutivo de su nombre: Robertico, Robertico el del DAP (Desarrollo Agropecuario del País).

Recuerdo que mi héroe revolucionario me transmitía una gran dosis de honestidad, y también de dolida impotencia ante las cosas que iba descubriendo y que todavía él suponía que podía eliminar quizás. Una tarde, sentados en su jeep, me dijo: “David, sé tanto, tanto, sobre estos hijoeputas que podría meterlos en la cárcel para toda la vida.” Pero pocos días después, “Robertico” mandó a parar todas las investigaciones que estaba haciendo, así, sin más, y sin otra consecuencia que el traslado inmediato del capitán Fidel Pérez a la dirección de un departamento medio perteneciente al DESA. La camarilla siguió impune por alguna parte de la isla de corcho. El que era vecino mío años después salió por El Mariel. Quizás el resto también “hace patria” desde Maiami.

Para sustituir a mi pequeño héroe de la honestidad mandaron otro diminutivo, de apellido y tamaño, que respondía por el nombre de “Leoncito”. Caetano Veloso tiene una vieja y hermosa canción llamada “Leoncinho”, pero éste más bien se asemejaba al Vladimir Putin que por entonces no sabíamos que existía. En fin, otra historia que casi me cuesta la cárcel.

© 2008 David Lago González.

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martes, 4 de noviembre de 2008

Ballagas y yo -- Antonio Desquirón Oliva

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PORTADA eMILIO bALLAGAS

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1

Cuando la profesora Cué me invitó a escribir estas líneas, dudé. Le dije que sí, pero en realidad dudé. Un elogio de Emilio Ballagas, muy bien, pero, después de lo mucho que se ha escrito y dicho sobre él, ¿qué agregar? ¿Afirmar que conozco sus libros, la transparencia de sus versos, la alegría de su impulso? ¿Repetir lo mismo? Poco académico y muy distraído como soy, todo ello me parece un delirio que oscila entre lo risible y lo aburrido. Por otra parte, después de Vitier, después de Virgilio, después de tantos y tantos ensayistas han escrito en pro y en contra, después de tantas personas que conocen al dedillo la obra del poeta y lo han demostrado; incluso, después de que amigos y conocidos de su juventud –que suele ser la etapa más turbulenta de la vida- han sido entrevistados u hoy día cuentan sus anécdotas con orgullo y cierta entonación confesional. Después de tanta gente, queda poco o nada que hacer. Incluso, en 1954, cuando Ballagas murió, yo era un niño: imposible “ser testimonial” y decir que compartí sus espacios o sus amistades Más tarde, pensándolo mejor, llegué a la conclusión de que es imposible que un poeta cubano, de mi edad, provinciano, y que –sea dicho sin ánimo de comparar- comparte con el camagüeyano tantos horizontes y caminos, carezca absolutamente de algo que decir, si no nuevo, al menos atendible.

Es verdad que la mayor parte de la vida de Emilio transcurrió en la primera mitad del siglo XX, antes de tantos inventos que transformaran el mundo; yo, en cambio, fui niño dentro de un universo de televisión, aviones jet, pinturas de vinyl y rositas de maíz; él en una república antillana sometida a políticos que chupaban la riqueza de la tierra y la gente, yo en medio de una insurrección y después en una revolución de vocación socialista, gracias a la que el pueblo eligió un camino áspero, sacrificado y rudo, diferente completamente a los versos del Poeta. Muchísimo ha cambiado Cuba y muchísimo ha sido escrito; pero no tanto como para que Emilio Ballagas solamente sea un nombre. Su mundo no se ha borrado del todo. Camagüey y Santa Clara no son Ítaca e Ilión. Nuestras realidades mantienen en común lo suficiente en lo cotidiano como para que sus versos sigan resonando con inquietante cercanía.

2.

Existen escritores de quienes aprendemos su existencia dentro del aula, por el comentario o la curiosidad; en cambio existen otros cuya obra ha formado parte de nuestras vidas desde hace mucho, y siguen ahí, sin que puedan borrarse y no hacerlo con nosotros mismos. Se parecen a pasiones que una vez vivimos.

Alrededor de 1964, la profesora Josefina Farré dirigía el coro de la Catedral de Santiago de Cuba, donde yo cantaba. Fue entonces que el primer poema de Emilio Ballagas entró en mi vida: el santiaguero Harold Gratmatges había musicalizado la Nana de Enero (Lucerito en pañales, cariño mío…), poema escrito en 1948, bajo la forma de un hermoso villancico que ese año cantamos en las solemnidades navideñas. Hubo otras canciones de cuna españolas, rusas, incluso latinas: a ellas no las recuerdo, la de Ballagas, sí. Por supuesto que no hay que exagerar: me gustó la canción y la hice mía, pero el nombre del Poeta fue solamente un dato escrito a máquina junto a la letra del villancico, nada más.

En la segunda mitad de los ’60 se publicó la Órbita de Emilio Ballagas, el libro que me lo reveló en su estatura de escritor, aunque no de ser humano. Hojeando la Órbita… hallé la Nana, y la identifiqué. Casi sin darme cuenta me hice un conocedor de la poesía de Ballagas: me entusiasmaba su alegría, su limpieza, el mundo transparente que proponía. Meses más tarde comencé a estudiar la carrera de Letras en la Universidad habanera; por esos años el Consejo Nacional de Cultura publicaba unos cuadernillos sobre escritores célebres que estaban a cargo de una compañera de estudios. Uno iba al Palacio del Segundo Cabo, la buscaba, ella te presentaba un largo listado y tú escogías sobre quién ibas a escribir. Escogí a Ballagas y a Casal. Pagaban cuarenta pesos, que entonces era mucho dinero. Meses después, llegué a ver en librería mi humildísimo cuaderno ballaguiano publicado en papel gaceta –entonces los textos tardaban mucho menos en las editoriales: se hacían o no se hacían, aunque imagino que desde hace años toda aquella serie debe de haberse convertido en materia prima.

Ballagas despertó en mi la curiosidad por la literatura cubana, cuya génesis y estructura se aviene como anillo al dedo a mis realidades internas: sus vertientes reflexiva y social son dos cubiertas del enorme trasatlántico que la navega todo el tiempo. Además, no es lo mismo llegar a saber algo por urgencia de la curiosidad que hacerlo —y dicho sea con todo respeto— gracias a obligaciones escolares. Unas, casi sin querer, otras, como impuestas: ojalá Homero y Dante sigan adheridos a mi corazón con la misma trabazón con que los implantó mi profesora.

Aquellos años del 67 y 68 marcaron para mi las cotas más altas en el aprecio de Ballagas. De entonces guardo en la memoria su Poema de la ele:

Dulce glu glú de la ele

Ele, espiral del glu glú.

En glorígloro aletear,

Palma, clarín, ola, abril.

(Júbilo y Fuga, 1931)

A través del mismo se me impone la imagen de Mirtha Aguirre, que lo extrajo de mi no saber para ejemplificar la jitanfáfora en su curso de Redacción y Composición. Se podría aducir que en definitiva Ballagas terminó apareciendo en un programa de estudios, sólo que aquella maestra, como el ser del la teoría lezamiana, al encender un bombillo en La Habana, había inaugurado una catarata en Ontario. Vale decir, que al invocarlo, una presencia más —la fascinación del Poeta por lo simple y gratuito— se había manifestado sobre la mesa espírita que era entonces mi inexperiencia de lector.

Fueron los años de mis grandes caminatas por la Habana Vieja. La fiebre de la Arquitectura Cubana. Necesitaba verlo todo: viviendas, fortalezas, templos, mediopuntos, hierros. ¿Será de entonces que procede en mi —en mi, repito, no en Ballagas— el soneto Fuente colonial, evocado siempre frente a cualquier surtidor, lo mismo el de la India Habana, al principio (¿o al final?) del Prado capitalino, la multileonada de Plaza de Santa Francisco, o las oscuros estanques llenos de peces anaranjados del coronel mambí Dubois, justo al lado de casa.

No lloréis más, delfines de la fuente,

Sobre la taza gris de piedra vieja.

No mojéis más del musgo la madeja

Oscura, verdinegra y persistente.

Haced de cauda y cauda sonriente

La agraciada corola en que el sol deja

La última gota de su miel bermeja

Cuando se acuesta herido en el poniente.

Dejad a los golosos pececillos

Apresurar doradas cabriolas

O dibujar efímeros anillos.

Y a las estrellas reflejadas no las

Borréis cuando traducen de los grillos

El coro en mudas, luminosas violas.

……………… Cielo en rehenes, 1951.

3.

Al menos dos zonas de la obra de Ballagas de cierta forma resultan inesperadas, la negrista y la referida a la Virgen de la Caridad. Claro que alguien como él, especialmente imantado por la sensualidad y el fervor parece como hecho de encargo para ambas. Hijas de la contradicción básica de toda la vida de Ballagas, se enraízan en las antípodas de lo que ha sido su mundo de vacíos, blancuras, inocencia y alegría infundada. Claro que me resulta inútil, por lo evidente y enojoso, tratar de penetrar por qué o en qué circunstancias Ballagas se sintió llamado a ello. Cortando por lo sano, lo hizo porque quiso y basta. Creo que nada más los vegetales dan frutas de una sola clase. Veo esa etapa, más como una necesidad conciente de ponerse a tono con la realidad objetiva de su país, que como una expresión necesaria realmente íntima. Muchas de las piezas del Cuaderno de Poesía Negra (1934) exhiben una retórica afectada completamente diferente del estilo personal de Ballagas:

…………………………

Fui domando desde la niñez

El ardor de tu clima como un potro bravío.

Ahora el potro bravío me lame las manos

Y quiere amansarme en el vaivén cariñoso de la hamaca.

…………………………

Cuba, poesía. En Cuaderno de poesía negra (1934)

……………………….

Se asoman los muertos del cañaveral.

En la noche se oyen cadenas rodar.

Rebrilla el relámpago como una navaja

Que a la noche conga la carne le raja.

Cencerros y grillos, güijes y lloronas:

Cadena de ancestros… y… ¡Sube la loma!

…………………………………

Comparsa habanera. En Cuaderno de poesía negra (1934)

Lo anterior no quiere decir que en el Cuaderno…. no existan obras magníficas como Elegía de María Belén Chacón, Para dormir a un negrito y Piano. Sin embargo, nunca antes ni después Ballagas volvió a escribir así. ¿Era solamente porque en 1934 soplaban aires revolucionarios en Cuba y precisamente a partir de ese año que lo nombran Director de la Escuela Normal para Maestros de Santa Clara –en el violento 1933 se había graduado en la Universidad de La Habana y ocupó una cátedra en la Normal santaclareña.

Como no veo clara la inserción íntima de la Poesía negra dentro de la obra ballaguiana creo que en mi comienza aquí la etapa crítica de mi admiración por ese autor.

Con los poemas a la Virgen de la Caridad ocurre algo similar, si bien Ballagas pertenecía a una familia[1] tradicionalmente católica, y la devoción por la Caridad existía en su ciudad natal de larga data. Me cuesta trabajo creer que un hombre arrasado por tal cantidad de contradicciones internas posea la beatitud necesaria para escribirle sonetos a la Virgen. Artistas como Mariano Rodríguez y René Portocarrero, junto a músicos como Harold Gramatges, Julián Orbón, y poetas como los del grupo Orígenes forman un espacio católico y devoto en el arte criollo. Nuestra Señora del Mar, el libro que contiene los poemas a la Caridad, se publica en 1943, el mismo año que René Porocarrero pinta La Crucifixión y El entierro de Cristo, Mariano Rodríguez los mural Descendimiento y Resurrección y Alfredo Lozano realiza el bajorrelieve La Santísima Trinidad para la iglesia de Bauta. [2] Pintores como Carlos Sobrino, Luis Martínez pedro, Amelia Peláez, escultores como López Dirube, Sicre, Lozano y muchos otros hicieron arte sacro, principalmente en La Habana y Santa Clara.

La primera décima -Ofrecimiento del poema

Déjame tomar asiento

En tu preciosa canoa

Y poner al cielo proa

Navegando por el viento

……………………

tiene aire de tonada campesina; mientras que Entrada en la canoa,

¿Qué pie pusiste primero

En la barca temblorosa?

¿Qué huella de austera rosa

marcó con fuego el madero?

¿Tu cuerpo tornó ligero

lo que el peso ya vencía

……………………………

Presenta una María móvil, ligera, casi bailadora. En ambos casos el libro se salva del envaramiento retórico que tradicionalmente inunda los temas religiosos en español. Quizá ello se deba a haberse basado en el Manuscrito del Presbítero Don Onofre de Fonseca, que narra el mito de la aparición en fecha tan temprana como 1703: tal texto conserva mucho de la transculturación indo-afro-europea existente detrás de ese símbolo. Por ejemplo, en La virgen se ausenta del altar durante la noche,

¿De dónde vienes señora

Con la ropa tan mojada?

…………………………………………..

que una conversación llena de gracia entre el ermitaño Matías de Olivera y la imagen, al reproducir la conducta de los cemíes aborígenes especialmente milagrosos, que abandonan de noche sus santuarios para recorrer sus comarcas y regresar a la mañana siguiente mojados de sereno, lluvia o agua de río.

Ciertamente, Ballagas es capaz de construir una visión religiosa original y cálida; sin embargo siento —lamento no poder basar mi afirmación en algo más objetivo— que sus poemas religiosos no provienen ni de una religiosidad consecuente –y por ello alegre y desprejuiciada- sino del sentimiento de culpa que ya se hace patente en Nocturno y Elegía, Elegía tercera, Nocturno, Sabor Eterno (1939), imbuido quizá en la ola religiosa de los ’40 cubanos.

No perderé tiempo hablando de las Décimas de Júbilo Martiano en el Centenario del Apóstol, José Martí, muy bien escritas, pero que nada agregan a su obra.

4.

No debe ser osado ni problemático repetir que Ballagas fue homosexual. En realidad los estudiosos más serios tratan de separar su obra de esa “particularidad”. En la cultura judeocristiana, occidental, con componente hispánica esclavista el homoerotimo es algo grave, vergonzoso y antinatural. Sería aburrido —por evidente— repetir ante un auditorio cubano qué acarrea para un varón una declaración pública de su preferencia por los otros varones. O sea, que lo instintivo y erótico, por trascendente y definitorio, está en la raíz de la vida (y eventual obra) de cualquier “invertido”. Quizá la heterosexualidad sea menos espectacular, preparada como está la sociedad para acogerla; en general se considera lógica y totalmente natural, como el hecho de tener nariz o manos. Para quien desea a los demás varones existe una conducta tradicional y —no faltara más— negativa. Lo anterior no implica la inexistencia del homosexual autor, personaje o temática en la Literatura Cubana. En este sentido, los ensayistas Jesús Jambrina, Joel del Río y otros han mencionado a las novelas El Ángel de Sodoma, de Alfonso Hernández Catá, 1928; Hombres sin Mujer , de Carlos Montenegro, 1938; Paradiso, de José Lezama Lima, 1966. Con respecto a la década 60-70, expresa Jambrina

Me decidí por esta época porque, después de los 60, especialmente después de los sucesos de Stonewall en Nueva York, y a pesar de la falta de visión por parte de la Revolución Cubana con respecto al homosexualismo, este fue un tópico que comenzó a hacerse más frecuente en la globalidad de la cultura nacional, aunque no siempre para comprenderlo. Fue el caso, por ejemplo, de las menciones aparecidas en los libros Condenados del Condado, de Norberto Fuentes o en Los pasos en la hierba, de Eduardo Heras León, donde la fórmula homosexual = débil, fue la más recurrente. Al mismo tiempo están algunos lienzos de Raúl Martínez y casi todos los de Servando Cabrera, en los cuales la celebración del cuerpo masculino alcanza niveles de verdadera exaltación erótica, lo cual seguramente contribuyó a que en 1971, en una cruzada del prejuicio, la homosexualidad  fuera desterrada a las catacumbas de la cultura. [3]

En otro texto, —Ballagas en persona, Revista Ciclón, 1955— Virgilio Piñera no es irónico ni burlón cuando proclama que Emilio se convirtió en un sólido pilar de [aquella][4] sociedad: esposo y padre, profesor de literatura y gramática en Santa Clara y Camagüey, Doctor en Filosofía, director de dos importantes centros de enseñanza, ganador de más alto galardón literario oficial cubano en 1951. Evidentemente Ballagas era ambicioso. También está claro que su condición homosexual pendía sobre él como una espada de Damocles:.. traza una cruz de silencio y de ceniza sobre el impuro nombre que padezco… di que me he muerto y que me pudro. Todo ello es objetivo y real. Fue esa inconsecuencia, ese rejuego entre lo que sentía íntimamente su cuerpo y su alma, y lo que aparentaba en público, lo que me hizo apartarme de su poesía. Mucho más que las alusiones vergonzantes en varios poemas o la presencia marmórea de un hermoso joven en algún otro, lo que hiere es que su obra —realmente indispensable para el devenir de la poesía cubana del siglo XX— se base en un arreglo tan provinciano y necio: en sociedad, un marido y catedrático comm’il faut y en la intimidad un ente rechazable. Alguien, con mucho deseo de tapar el sol con un dedo, quizá diga que precisamente a causa de esa contradicción contamos hoy con la poesía como la de Ballagas. ¿En realidad alguna obra vale tal mutilación? Fue precisamente a raíz de la cruzada en pro de la decencia de 1971, que me alejé de Ballagas: ¿la obra de un escritor que prefería vivir en contra de su verdad íntima merecería siquiera mi atención?

5.

Los años me demostraron que sí. Que la poesía de Ballagas sí me estremece como siempre, que Júbilo y Fuga, Blancolvido, Sabor Eterno y Nuestra Señora del Mar, poseen un lugar indiscutible dentro de la visión poética de mi país, independientemente de lo consecuente o pusilánime que haya sido el poeta durante su paso por la vida. El hecho de que haya sido frecuente y hasta que se mire como algo normal la duplicidad de vida en muchas personas, en lo que refiere a su preferencia sexual para hacer un papel social más aceptable, no le resta deshonestidad. Como también es cierto que a la persona “común y corriente” no puede mirarse con los mismos ojos que al Poeta. El Poeta es luz, es ejemplo: a veces esperamos demasiado de él, pero de cierta manera nos asiste ese derecho.

Ello me llevó a construir anaqueles amplios y contradictorios donde encerrar a la persona del creador y a su obra: están D’Anunzzio y Borges, el cine de Renoir, la pintura y el grabado de Landaluze. Por otra parte, el fingimiento de Ballagas no era solamente una seudo solución provinciana ¿Es justo que un homosexual deba resignarse a vivir en un ghetto virtual, o ser un ermitaño, por decidirse a proclamar públicamente su condición? ¿Es injusto que un homosexual quiera formar familia, protegerse como cualquiera, tener una ancianidad digna? La paz, la armonía, el decoro, ¿son solamente cosas de machos? Para Cuba, y más para la del siglo XX, sí[5].

Hasta donde sé, en Ballagas la familia no fue ni un tormento ni el objetivo único del varón. Es verdad que los poemas que la homosexualidad llevó a escribir a Ballagas (Elegía sin nombre, Nocturno y elegía, etc) son quizá lo que más se recuerda de él, y probablemente lo que perviva cuando el Olvido dé cuenta de todo lo que forma nuestro mundo actual. Es cierto que la intensidad reprimida que hay en ellos, la culpa que reflejan, seguirán moviendo a las generaciones, ¿quién puede dudarlo? Yo insisto en preguntarme si rechazar la vida vale tanto como cualquier poema, por trascendental que sea.

Tanto el ghetto gay —donde sí estuvieron Virgilio Piñera y Reinaldo Arenas[6]— , como el hetero-fundamentalista —para cuyos prósperos habitantes no me alcanzan los renglones— son opciones que Ballagas quiso eludir. Aunque fenómenos como este sigan dándose hasta hoy, y a pesar de que considero que un Poeta no es —no debe ser— un hijo de vecino cualquiera, se cae de la mata una última pregunta: ¿Ballagas se vendió de marido ejemplar por amor, deseo de estar acompañado, de ser padre, o por alcanzar mejor posición social? Se plegó a medias, y, sin embargo, señaló que sacrificar la estabilidad y la compañía es tan monstruoso como negarse a sí mismo.

Aunque en algún aspecto me considere defraudado por la actitud del Ballagas persona, y no lo calle, ello no obsta para que su obra deje de fascinarme.

Creo que es muy pertinente no quedarme en el literato y considerar su persona. Admiro profundamente la poesía del camagüeyano, pero no puedo negar que erró; es más, lo proclamo, como asimismo afirmo que a pesar de sus errores, Emilio Ballagas merece mi elogio más sincero a un siglo de su nacimiento.

Santiago de Cuba, 7 de noviembre de 2008.

© Antonio Desquirón Oliva, 2008.


[1] La familia Ballagas proviene de España, aunque el sitio www.heraldaria.com no es capaz de darnos detalles sobre región, época, personalidades ni linajes. Las armas del apellido Ballagas son sumamente simples: sobre fondo de plata, una cadena negra puesta en orla, lo cual quiere decir modestia y obediencia incondicional al rey. Sin embargo una simple búsqueda con el motor Google arroja muchos resultados en húngaro (ballagász): ¿casualidad?

[2] Pintura Religiosa en Cuba, de Mons. Ángel Gaztelu; así como los textos de Antonio Fernández Seoane en la revista Viña Joven (Año 6, n° 25, pp 12-21 y de José Veigas Zamora en el catálogo del VI Salón de Arte Religioso (Centro Cultural A. Ma. Claret, Santiago de Cuba), abundan sobre la plástica sacra cubana y su expresión en los ’40.

[3] Respecto a este tema, es infaltable el estudio de Víctor Fowler La maldición, una historia del placer como conquista. Ed Letras Cubanas, La Habana, 1998. En otro texto, El tema gay en el arte cubano: ¿epifanía transitoria o convivencia inevitable? www. almamater.cu, abril 2003, Joel del Río continúa el seguimiento de lo gay casi hasta la actualidad.

[4] El corchete es mío.

[5] De hecho, una de las manipulaciones tradicionales a que se somete a la mujer es programar su visión del homosexual varón como un ser débil, egoísta, sórdido, en quien no debe confiarse, físicamente inmundo y socialmente degradante.

[6] Y no lo digo como elogio: el ghetto nos separa pero también nos protege y hasta malcría.

 

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EmilioBallagas2835B

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lunes, 3 de noviembre de 2008

A little bit of sound in my soul ——-> CONCHA BUIKA

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Buika

Concha Buika

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a mi amiga Karin

 

También podría ser “un poco de alma en mi sonido” y quedaría tan aparente. Pero necesitaba —NECESITABA— algo así para tomar un poco de aire que seque mis pulmones de la mala agua del maremoto —me niego a escribir el término globalizado “tsunami”, o todos vamos a terminar hablando como un folleto de viaje o como el telediario de las 3— de las últimas jornadas saturadamente políticas: Obama y McCain, Cuba-Cuba-Cuba (siempre Cuba, sólo Cuba), el ridículo de Zapatero mendigando una presencia que nadie quiere para la Cumbre de Washington, el crack de Islandia, y todo un coro de infelices brindando imaginariamente porque el capitalismo ha muerto.

Concha Buika cantó anoche en el Teatro Bellas Artes, de Madrid. No quiero caer en los tópicos de mencionar orígenes, ancestros étnicos, influencias musicales, porque, por sobre todo eso, está ella. La Buika es arte puro, y afirmar y reconocer eso supera la ronda de miserables datos. Además, ella en sí misma es como una forma de vida. Lamento no poder remitir aquí a la entrevista que le hicieron para El País cuando sacó su primer CD, “Mi niña Lola”, pues tendría que hacer una labor de hemeroteca internáutica que no sé si daría resultados. La vengo siguiendo desde aquella niña, desconociendo que antes de llegar al estudio de grabación debe haber rodado bastante por los baretos de mi barrio multi-cultural, y posteriormente descubrí por internet que antes de asumir y transformar la copla, se entregaba al house con el mismo acierto.

Iván “Melón” Lewis la acompañó al piano en una soberbia versión de Niña de Fuego, la tonada que Manolo Caracol cantaba cuando Lola Flores bailaba. Mi Niña Lola me empequeñeció en la butaca como si en ese momento mi cuerpo hubiera muerto y de él escapara el alma. Y el tercer gran momento fue lo que hizo con Ojos Verdes, o más bien lo que hizo de Ojos Verdes, con bis incluido y cierre apoteósico. Única, grande.

En algunos momentos me recordaba unas escenas en televisión que vi siendo niño y que nunca he podido olvidar: La Lupe cantando Ansiedad, cuando se quita los zapatos y arremete contra el pianista, y que posiblemente iba para gran bolerista si no hubiera caído en el amor de Tito Puente y en arrebatos más convencionales de la salsa newyorkina.

Concha Buika es de esas cantantes a las que le perdono que seguramente esté contra el embargo norteamericano y vaya a Cuba cada dos por tres. A Cuba cuasi-oficial, y a Cuba musical. La banda que la acompaña está compuesta por —supongo que— aterciopelados músicos “afro-cubanos”, anti-americanos y que lo justifican todo con la letanía “dirigencial”. Los músicos siempre han formado un racimo un tanto independiente del resto de la parra.

Jazz, copla, improvisaciones, letras inventadas al paso, rumba flamenca con aires tropicales. Y Buika, abriendo como única el Ciclo de las Únicas para este invierno madrileño.

 

© David Lago González 2008.

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Artist: Buika in Galapajazz 2007

Concha Buika (live)

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