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Edward Burtnysky
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He vuelto a comprobarlo hace apenas un rato: lo peor no es armar el tenderete. Lo peor es cuando tienes que recogerlo y quisieras que cualquier dibujante de la factoría Disney te convirtiera en invisible para que nadie viera cómo recoges el fracaso.
Según pasaban las horas iba generando más rechazo y más odio hacia los turistas, que pasaban con la misma expresión que pondría alguien si hace, sobre todo, ese tipo de turismo que se refocila en la abstracción artística de la pobreza. A 20 metros, una muchacha que hacía una estatua humana creo que imitando a alguien fregando el suelo, acaparaba toda la atención y le llenaban su cacharrito de monedas. Era perfecta, se lo había ganado, y no sentía ninguna envidia; sentía irritación por esa implacabilidad malsana del turista que se regodea en la humillación humana.
Y entonces descendió de los cielos Eva, una argentina que entre ella, el marido y el hijo, pintaban bailes flamencos, tangos y palacios de cristal en pequeño formato. Quería pedirme cambiar el sitio porque donde estaba ella soplaba el viento y le tiraba las cartulinas. Yo aproveché en ese momento (pasada la 1) y le dejé mi lugar. Fue lo único humano que me pasó esta mañana. Una argentina, emigrante-inmigrante, nada de onanismos mentales de no sé qué merecida consideración “superior” de refugiado político cubano. Gente que viene sin becas del ICI ( Instituto de Cooperación Iberoamericana)ni de la Guggenheim ni bajo la sombrilla de ningún partido. Gente que viene y va a partirse el lomo y las manos. Como hiciera toda mi familia.
Y La Resaca del Absurdo, la puta resaca y el más que puto absurdo, que unos imbéciles llaman “romanticismo” y otros listos lo conocen como “forma de vida” pero sin admitirlo ni siquiera mientras duermen (porque esos sí que siempre duermen bien, aun de pie).
© 2011 David Lago González
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