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Cuesta de Moyano, Madrid (vista de cabeza desde el dado contranatura con que El Cejijunto Gallardón adorna sus proyectos urbanísticos)
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El trío Karaté realmente no es malo. Se desenvuelven muy bien entre las variantes de los ritmos cubanos, cuyas sublimes diferencias yo no alcanzo a distinguir del todo. Algunas veces suenan más “acampesinado”, lo cual me gusta porque, de esas cadencias que los europeos llaman “exóticas”, la música guajira auténtica (no sé si existe todavía, en un algo parecido a un país donde todo parece evolucionar pero en realidad todo, absolutamente todo, involuciona) es la única que me produce nostalgia (ese sentimiento tan gilipolla y blandengue que la gente que no tiene que luchar a brazo partido por sobrevivir, puede darse el lujo de sentir). Cuando estaba allí la repudiaba, pero parece que lo genético se impone y sale a flote en mí lo canario que predominó en la campiña cubana. Hoy tocaron una muy graciosa en que alguien le pedía un traguito más al camarero sin que se enterara nadie. No sé si era de “su propia inspiración” o la compuso Juana Bacallao o Rosita Fornés.
El poeta que leía se llamaba Ladislao Aguado, pero sus versos quedaron atrapados en un atasco por un sitio llamado Villa del Prado, que no sé dónde coño está, y además el coche le daba problemas. En fin, fatalidades que ocurren.
La tarde fue espléndida y casi a las 8 me fui dando un largo paseo por la acera de enfrente –¡qué casualidad!— al Retiro, hasta Cibeles, y luego atravesé por la manifestación de los 15-M, o M15, frente al Congreso, y me vine para mi casa. Me he comido una bolsa de M&M y ahora me voy a tomar un vaso gigante de yogur eco-lógico… lógicamente.
Y colorín colorao…
© 2011 David Lago González
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