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Hosni Mubarak, en su obcecación por afianzarse al poder, saca sus huestes a la calle. Los periódicos y los reporteros allí destinados, dicen que son fácilmente identificables. Quiero decir que su vinculación a este entalcado faraón que de vez en cuando se asoma a la pantalla de nuestros televisores es evidente, y no es sólo cuestión de fidelidad y reacción espontánea.
Yo conocí en Camagüey hordas de semejante pelaje. El régimen las llamaba “el pueblo enfurecido”. Alcanzaron su punto álgido a últimos del mes de abril de 1980 y a lo largo del mes de mayo. Apedreaban, arrojaban cartuchos (bolsas de papel de estraza) llenas de excremento, golpeaban, insultaban, tiraban ácido a los que habíamos decidido abandonar el país, y también mataban. Hubo muertos, pero no salieron en la tele. Ni Amnistía ni nada por el estilo, estaban por allí. De un día para otro se acabaron. Entonces, institucionalizaron las expresiones del “pueblo encolerizado” bajo el eufemismo de una red paramilitar a la que llamaron “Brigadas de Acción Rápida”. Hasta nuestros días.
Mi deficiente cerebro no es capaz de descubrir cómo es posible detener la expresión “espontánea” de la ira; debe ser por eso que quería salir huyendo, porque con mi minusvalía cerebral no era digno de pertenecer a “la revolución más romántica”, como gusta Antonio Elorza de definir un estado de cosas que supera en 20 años el tiempo que esa momia egipcia lleva gobernando.
Extrañas coincidencias que unen a los sátrapas por encima del Bien y el Mal. Creen ellos. También lo cree una buena parte del mundo, y tantos y tantos gobiernos que velan siempre por sus propios intereses y, mientras, conviven con cualquier rastrojo sub-humano que les facilite lo que desean.
Ojalá que las pirámides tengan mejor suerte con su “revolución” porque lo que fueron las palmas salieron bastante trasquiladas.
© 2011 David Lago González
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