sábado, 2 de abril de 2011

Amen

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‘Saint Nicholas Saves Travelers at Sea’ from The Belles Heures of Jean de France illustrated by the Limbourg brothers, 1405–1409

‘Saint Nicholas Saves Travelers at Sea’ from The Belles Heures of Jean de France illustrated by the Limbourg brothers, 1405–1409

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Verdaderamente, qué se puede decir.  Leyendo en Wooster esta mañana pensaba en la cantidad de dinero que el mundo puede ahorrarse en papel, no porque internet pueda sustituir realmente el placer de leer y sobar y requetesobar libidinosamente la pulpa convertida en información, en prensa, en opinión, en compromiso o en esquiva escapada a los cerros de Úbeda, sino porque todo alcanza tal carencia de fiabilidad que ¿qué cosa es lo que me dicen? ¿qué cosa es lo que mis ojos de Camagüey de 1950 siguen línea tras línea de forma inútil y sin sentido?  No solo en el patio trasero donde nací –aquella cochiquera que un día La Metrópoli confundió con una perla— sino en todas partes: en la guerrita de Libia, en la abstracción sobre Siria, en la carnicería de las costas del marfil, en la absurda magnificación del término “revolución”, en los asesinos convertidos en héroes y salvadores de utopías más que fundamentalistas donde se trasmuda el terrorismo por la beatitud y todo redunda en confusión, donde se mezcla un propósito remotamente humano con la supremacía comercial de intereses nacionales demasiado internacionales.  Quedan como testigos las pasarelas de las fashion weeks y el fondo de armario de esa drag-queen mora de raras fruslerías.  Mañana vendrá otra noticia, seguramente peor, porque lo peor vende países, mundos, gacetas, razones, abecés, y los sálvames y las norias berlusconianas engrosan sus audiencias y sus bolsillos, y los víctorsandovales se la chupan en público a los nachopolos y ya no queda ni una sola mirada atónita entre el respetable público porque a continuación ametrallan a un montón de árabes que no se sabe si son buenos o son malos y si van a terminar reclamando Al Andalus, y al mismo tiempo un negro le corta la cabeza a otro y el plutonio se mezcla con la sal de los mares, y todo vuelve a empezar de forma vertiginosa una y otra vez, y otra, y otra vez.  Y ¿alguien se acuerda de Julian Asange y su Wikileaks?

Amen.

David Lago González

2 comentarios:

Zoé Valdés dijo...

Gracias, un texto necesario. Y ese espacio lleno de libros es una maravilla. Se parece a Shakespeare and Company, la librería de Silvia Beach.

El Tinajón dijo...

Ese, querido David, es "el mundo nuestro de cada día". Buen domingo.